Las elecciones son en la democracia un mecanismo ciudadano de control, que permite aprobar o desaprobar alguna gestión en específico. La democracia es, por lo tanto un gobierno temporal, en el cual el electorado puede a intervalos regulares, exigir responsabilidades e imponer un cambio, y la verdadera garantía para evitar el poder absoluto y omniabarcante es la periodicidad de las elecciones y la presentación de alternativas a escoger, sin que el requisito de elecciones con determinada frecuencia excluya que los que están en el poder puedan ganar la confianza del electorado indefinidamente, o mejor aún, nunca perderla y postularse continuamente.
El sistema presidencialista venezolano cuenta con una gran debilidad, el carecer de reelección inmediata, ya que el voto deja de ser un mecanismo de control ciudadano para convertirse en un mecanismo de premio-castigo, lo que podríamos catalogar como una deformación de la democracia, ya que deja de ser una práctica social consiente del pueblo, para convertirnos en individualidades aisladas, como entes sufragantes que sólo hacen “política” cuando es necesario castigar o premiar a algún político.
En el discurso político - conservador – que se personifica en nuestro país a través de los partidos políticos, la cúpula eclesiástica, la élite académica y sus repetidores de oficio, los medios de comunicación privados, se nos ha querido vender la vieja idea de que la alternabilidad republicana en el poder es garantía de democracia y la idea de que cuando se elije a una persona para un mismo cargo de manera consecutiva sin límite es el primer paso para el avance irrefrenable hacia una dictadura; pero estas voces yerran el blanco por una distancia astronómica, pues incluso, el completo reemplazo del personal burocrático, que se da a partir de un normal proceso de circulación de autoridades, que nace de las elecciones, dejaría intacto el sistema completo de hegemonía y dominación del Estado.
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